Sunday, June 05, 2005

¿Qué pasa en el PP?

• Rajoy no manda en un partido que ha abominado del centro y sigue fascinado por Aznar


MANUEL Pimentel
Exministro de Trabajo y escritor

Quiere ser el PP un partido de centro? Pues si de verdad lo desea, vive Dios que no se le nota. Desde inicios de nuestra democracia se viene repitiendo una idea: que la mayoría del electorado se ubica en el centro, y que el partido que más se acerca a ese punto de equilibrio es el que gana las elecciones. El PSOE de Suresnes tuvo que renunciar al marxismo para conseguir ganarlas y el PP abandonó la mayoría natural de Fraga para dirigirse al centro en el Congreso de Sevilla. Ambos llegaron al poder por vez primera bajo el manto del centroizquierda, el primero, y el centroderecha, el segundo.
Se dice que normalmente no es la oposición la que gana las elecciones, sino que las pierde el Gobierno. Así sucedió con el PSOE de González, herido de muerte por los GAL y la corrupción, y así también con la prepotencia y soberbia del PP de Aznar. El alejamiento de la realidad social y el divismo que parece producir la maldición de La Moncloa alejó a ambos gobernantes de la mesura precisa para arbitrar grandes acuerdos.
El PP es heredero de la gran corriente de tradición liberal-conservadora. En ningún caso el espacio liberal-conservador debe sentir complejo alguno frente al espacio de la izquierda, que también ha ofrecido notables páginas a nuestra historia. Sin embargo, parece que el PP se siente más cómodo en posturas más tradicionales de la derecha que en el centro que le hizo grande. ¿Por qué?
El PP ganó las elecciones en el 96 con un claro programa de centro. Ganó sin mayoría absoluta, y consiguió, votación a votación, el respaldo de los partidos nacionalistas, PNV incluido. Supo unir unas inteligentes reformas económicas con una avanzada política social, todo ello adobado por un esfuerzo de diálogo y negociación permanente. Los grandes acuerdos sociales alcanzados con empresarios y sindicatos permitieron las reformas más profundas en pensiones y contratación laboral de las últimas legislaturas. Todo parecía marchar sobre ruedas para un PP moderado, centrado y reformista.

PERO, SIN QUE apenas nadie supiera advertirlo, a finales de esa legislatura se produjeron dos importantes modificaciones. Por una parte, el PNV pasó de socio a verse equiparado con ETA, bien es cierto que tras su monumental error histórico de Lizarra. Por otra parte, de forma súbita, el Gobierno decidió abandonar un acuerdo de todas las fuerzas políticas para racionalizar la absurda ley de extranjería que padecíamos. Para sorpresa de algunos, el PP moderado comenzaba a mostrar una cara que hasta entonces no se le había conocido, la de la abierta hostilidad hacia los nacionalismos, y la de la instrumentalización partidaria del asunto de la inmigración, asuntos ambos que han supuesto un granero de votos para la derecha más tradicional. Algo extraño comenzaba a mostrar su patita bajo el rutilante manto centrista.
El PP ganó por una histórica mayoría absoluta las elecciones del 2000. Y a partir de ese momento todo se volvió áspero, bronco, imperativo. El conmigo o contra mí, el España soy yo, tan habitual, por desgracia en nuestra historia, volvieron a reinar a su antojo. Aznar interiorizó que habían sido su firmeza y clarividencia las que le habían impulsado hasta la mayoría absoluta, y no supo reconocer que fueron precisamente sus aptitudes centristas a lo largo de la legislatura lo que los españoles premiaron. Abandonó el diálogo y comenzó a jugar a gran estadista, algo para lo que, desgraciadamente, no estaba especialmente dotado. Aunque continuó obteniendo notables éxitos tanto en materia económica como en la lucha contra ETA, los errores se amontonaban.
Una miserable criminalización de la inmigración, unida a una crónica incapacidad para regular el fenómeno, dejó solo al PP en una absurda e inaplicable ley de extranjería. Una reforma laboral mal diseñada le hizo acreedor de una huelga general. La boda escurialense, el Prestige, el Yak 42 y otros episodios mostraron siempre el pecado capital de la soberbia, la incapacidad de reconocer fallos y el desprecio a los oponentes. Y en estas estábamos cuando llegó lo de Irak. Aznar decidió en solitario rubricar la orden de ataque en aquella desastrosa foto de las Azores, una imagen que, amén de constituir un error histórico para España, significaría un lastre para el futuro de su propio partido. En ese panorama se celebraron las municipales, en las que el PP salvó los muebles, entendiéndolo como un refuerzo para sus posturas belicistas. No supo interpretar las señales.
Aznar tuvo un hermoso gesto de generosidad política al renunciar como candidato y presidente de su partido. Esta noble actitud fue atenuada por la designación a dedo de su sucesor, en un procedimiento alejado del buen uso democrático. Rajoy fue designado y las elecciones, convocadas. Y sobrevino la catástrofe. El 11-M dejó un infinito reguero de sangre y una sociedad en conmoción. El Gobierno gestionó mal la información, intentando culpabilizar a ETA de una matanza que tenía desde sus orígenes sello islámico. El PSOE aprovechó la situación, y al final fue el ganador. ¿Sólo por el atentado? No. Ganó por la suma de acontecimientos antes referidos.

¿Y QUÉ HIZO el conjunto del PP ante los evidentes desvaríos de su presidente? Pues nada, sino callar y obedecer. Tampoco hoy han entonado mea culpa alguno. Siguen bajo la fascinación del inequívoco liderazgo de Aznar. Rajoy no manda, ni ha podido imponer ni su talante ni su política. La maldición de los imperios en decadencia, aquello de cualquier tiempo pasado fue mejor condiciona su timón. Siguen creyendo que fueron las formas broncas las que nos llevaron al éxito electoral, y no comprenden que el PP ganó precisamente por representar un centrismo del que ahora parecen abominar. O Rajoy se desmarca de Aznar, o el partido terminará deshaciéndose de él.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home