Monday, November 21, 2005

La revuelta francesa

• Con revueltas como la francesa, el capitalismo salvaje e insolidario no tiene de qué preocuparse

RAMÓN De España

Apagados los últimos fuegos, vuelve la tranquilidad al hexágono. Contradiciendo el célebre himno de Gil Scott-Heron, según el cual la revolución no sería televisada, todos hemos podido presenciarla desde el sofá. Eso sí, no ha servido para nada. Los ricos siguen siendo ricos y los pobres, pobres. Los burgueses conservan intactos sus coches, pues para eso los tenían en un párking, y los pringados van a tener que coger el metro para ir a trabajar, pues son los que han sufrido las iras de los amotinados.
Ah, y el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, el intolerante que se atrevió a llamar chusma a esos pobres chicos que quemaban coches porque el fracaso escolar les ha impedido elaborar un discurso inteligible y se expresan mejor con cócteles molotov, está más fuerte que nunca, para desesperación de su rival político, el titular del Gobierno, Dominique de Villepin.
Realmente, si todas las revoluciones son como ésta, el sistema capitalista puede respirar tranquilo. Tan tranquilo como George W. Bush al observar que sus dos principales adversarios en Suramérica son Hugo Chávez, un tiranuelo populista, y Diego Armando Maradona, el farlopero mayor del continente americano: con adalides como éstos, el progresismo ya puede irse abriendo las venas.
Salvando las diferencias, los disturbios de Francia recuerdan poderosamente a los que tuvieron lugar en Los Ángeles hace unos años, cuando el caso Rodney King. A nadie se le ocurrió entonces asaltar el ayuntamiento o subir hasta Beverly Hills para quemarle la casa a Bruce Willis, por ejemplo. No, la violencia la sufrieron los blancos que estaban más cerca y cuyo nivel social era equiparable al de quienes les partían la cara o les quemaban el vehículo.
De la misma manera, en Francia, quienes han visto arder su coche eran los vecinos de los pirómanos. A uno de ellos le hicieron una pintada que ponía ¡Jódete, Sarkozy! Y como decía el buen hombre cuando salió en un telediario, Sarkozy seguía tan campante y al que habían jodido era a él.
Carente de líderes coherentes, la revuelta francesa se ha tenido que conformar con matones de barrio adictos al gangsta rap. O sea, tipos con chándal, cadenas de oro y, a veces, pistola, que admiran a los protagonistas de esos videoclips que todos hemos visto (un negro rodeado de mujeres medio desnudas nos llama motherfuckers adoptando un tono amenazante) y cuya estética, por llamarla de alguna manera, no puede ser más machista, violenta, simplona y, en última instancia, estúpida.
Con semejantes líderes de opinión (semianalfabetos cabreados con un estado de las cosas totalmente injusto) sólo se pueden hacer revoluciones inútiles que no preocupan lo más mínimo a los que cortan el bacalao, pues únicamente las sufren los que ya tienen problemas para tirar adelante y a los que sólo les falta que un merluzo que se ha dejado una pasta que no tiene en un chándal Adidas y unas zapatillas Nike les queme ese coche que igual no han terminado de pagar.
Gracias a esos muchachos tan brillantes, Nicolas Sarkozy está un poco más cerca de ese puesto de primer ministro al que aspira mientras siente en el cogote el aliento putrefacto de Jean Marie Le Pen. Y en la Casa Blanca, paralelamente, Bush da gracias a Dios por enemigos como Chávez y Maradona.
Relájese, pues, el capitalismo salvaje e insolidario, porque no tiene nada que temer.


Noticia publicada en la página 6 de la edición de 21/11/2005 de El Periódico

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