Saturday, April 03, 2004

Algunos hombres buenos

La dignidad del 'zar antiterrorista' de la Casa Blanca, Richard Clarke, de contar la verdad sobre Irak mina la credibilidad del Gobierno de Bush

CARLOS CASTRESANA
FISCAL ANTICORRUPCIÓN Y PROFESOR VISITANTE DE LA UNIVERSIDAD DE SAN FRANCISCO

En medio de la cada vez más sórdida polémica en que se va tornando el debate de secretos y mentiras sobre las causas de la guerra de Irak, aparecen de vez en cuando algunas personas decentes, servidores públicos, que dicen la verdad.
David Kelly era científico, trabajaba para el Gobierno británico, y estaba convencido de que Sadam Husein era un peligro grave, aunque no inminente, para toda la comunidad internacional. Cuando escuchó a Tony Blair asegurar que Sadam podía dirigir un ataque contra su país en 45 minutos, Kelly consideró que su Gobierno estaba mintiendo y creyó que era su deber contar la verdad. La BBC lo publicó, alguien filtró que Kelly era el informante y la vida del científico se convirtió en un infierno. Los medios de comunicación que apoyaban la guerra le acosaron sin piedad, tildándole de traidor, hasta que decidió poner fin a esa pesadilla quitándose la vida.

VINO DESPUÉS Hans Blix. El diplomático sueco era responsable de la inspección de armas a Irak por parte de la ONU. Ignoraba si había o no armas, pero sospechaba que Sadam ocultaba información. Tampoco pensó que el peligro fuera inmediato, así que propuso la continuación de la presión internacional y las inspecciones en Irak. Blix sostuvo que la guerra era evitable, y también fue implacablemente desacreditado. Cuando sus esfuerzos se revelaron inútiles, se retiró y pidió la jubilación. Como a Kelly, el tiempo le ha dado la razón.
Al empezar la guerra hace un año, el que fuera zar antiterrorista de la Casa Blanca, Richard A. Clarke, presentó discretamente la dimisión. Era un funcionario que había trabajado para todos los presidentes desde Ronald Reagan. Clarke ha publicado un libro que se está convirtiendo en récord de ventas, y ha comparecido en la Comisión de Investigación de los atentados del 11-S. Allí ha dicho lo que cabía sospechar: que no existía ninguna prueba de que Sadam fuese responsable del 11-S, que George W. Bush estaba obsesionado con destruir a Sadam y que le presionó para que le involucrara, y que Donald Rumsfeld propuso atacar a Irak el propio 12-S únicamente porque allí había mejores objetivos que en Afganistán. Clarke añadió que la guerra de Irak no ha servido para combatir el terrorismo porque los terroristas no estaban allí, y que sólo ha empeorado las cosas. Y ha revelado a los norteamericanos algo verdaderamente letal para Bush: que él avisó al presidente de que Al Qaeda podía estar organizando una matanza, y que Bush ignoró el aviso.
La respuesta ha sido inmediata. Una verdadera tormenta de improperios ha caído sobre Clarke. Le han acusado de mentir, pero dispone de documentos y testigos que corroboran lo que ha dicho. También le han acusado de trabajar para el candidato demócrata John Kerry, pero ha acreditado que en el 2000 votó por el Partido Republicano. Le imputan que ha hecho coincidir la publicación del libro con la campaña electoral, y ha demostrado que terminó el libro hace muchos meses y que ha sido la preceptiva revisión del texto por la Casa Blanca lo que ha retrasado su aparición.

LA CONSEJERA de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, ha desacreditado furiosamente a Clarke, pero después de resistirse varios días, ahora tendrá que pasar por la misma prueba que él: declarar bajo juramento en una sesión pública ante la Comisión de Investigación del 11-S. En la cultura anglosajona hay un crimen particularmente imperdonable para un político: el perjurio. Rice tendrá que responder y decir la verdad. El último sondeo indica que la opinión pública, en plena campaña electoral, está dividida al 50%: la mitad cree a Clarke, la otra mitad, a Bush. Sin embargo, cuando un hombre solo alcanza una credibilidad igual a la del Gobierno más poderoso del mundo, significa que ese Gobierno está perdiendo la batalla.
Al terminar de declarar ante la comisión, Clarke, del que se ha sabido ahora que fue uno de los pocos que no desalojó la Casa Blanca el 11-S a pesar de la amenaza terrorista, hizo otra cosa que le dignifica en la misma medida en que desacredita a quienes le insultan: delante de los familiares de las víctimas del 11-S, ha pedido perdón: "Su Gobierno les falló, yo les fallé, perdónenme si pueden". Vamos, igual que aquí.